Los Cuentos de Castelfiori



El niño y su papá atareado



-¡Oh, hola! Me llamo Castelfiori y cuento cuentos para niños y niñas, para los niños y las niñas que todos lleváis dentro porque yo mismo soy el niño interno de un adulto, al adulto lo he dejado en el camerino, jiji. Así, que ¿qué, os gustan los cuentos? ¿queréis que os cuente uno?  ¿Si?
A ver, que me piense uno, pongo pose de pensar… ¡Ya lo tengo! Uno de un niño y su papá, que trabajaba mucho…
Un día, casi a la noche, a la hora de acostarse, cuando todos los niños y niñas se van a dormir, Ricardito, que es como se llama el niño de este cuento, estaba sentadito junto a la puerta de la casa, esperando a su papá… así, con postura de esperar… hasta que se abrió la puerta y apareció el papá…
El papá, que traía esa cara que traen los papás, cuando vuelven del trabajo, así, de agotaos… y, cuando vio a Ricardito despierto, se puso más serio…
-¡Ricardito! ¿Qué haces levantado? ¿No tendrías que estar dormido ya?... con ese tonito, ya sabes, amable, pero tenso…
-Es que te quiero hacer una pregunta…
-Pero es muy tarde, deberías estar durmiendo ¿qué quieres saber?
-¿Papá, cuánto te pagan por hora?
Al papá se le puso la cara todavía más seria…
-¿Por qué me preguntas eso? ¿A ti qué te importa cuánto cobro?
- Es que quiero saberlo. ¿Cuánto cobras por una hora, papá?
-Bien, pues si tanto te interesa, tienes que saber que soy un buen profesional muy bien pagado y reconocido…
-¿Y…?
 -¿Y, qué?
-¿Que cuánto cobras?
-¡Vale, cuarenta euros por hora! ¿Por qué?
-¡Oh…!
-¿Oh, qué? ¿Te parece poco?
-No, no, no, me parece que te pagan muy bien…
-Bueno, ahora, vete a dormir, que ya es muy tarde…
-Es que…
-¡Uf!... ¿Qué?
-Papá… ¿me podrías prestar diez euros?
De pronto, el papá entró en ese estado, que entran los papás, cuando están a punto de explotar… ¿sabéis, no?
-¡Pero, qué impertinente eres! ¿Para eso querías saber lo que me pagan? ¿Para pedirme dinero? ¡Para gastarlo en tus tonterías! ¡Vete a dormir, ahora mismo!
El niño, muy triste, bajó la cabeza y se fue a su cuarto…
El papá estaba en un estado… que, si le arrimabas un papel, se prendía fuego…
-¡¡¡Grrrrrr!!! ¿Cómo puede ser tan egoísta? ¡Me paso el día trabajando, para que no le falte de nada… y el muy egoísta…!
Ya sé que nadie entiende por qué el papá se enfadó tanto, yo tampoco… bueno, ya sabéis que, muchas veces, el trabajo les estrope el humor a los adultos… porque, trabajar es muy agobiante… ¡tantas horas obedeciendo… trabajando duro…! Pero, afortunadamente, a la mayoría, al rato se les pasa…
El papá de Ricardito, cuando se relajó un poco, ya sabéis, te sientas, respiras hondo y te vas… “enfriando”… y se ven las cosas de otra manera…
-No entiendo qué le pasa a este niño… pero, si nunca me pide nada… yo siempre le doy lo que necesita… y nunca le ha par4ecido poco… a lo mejor, es que le hace falta de verdad…
Se levantó y fue a la habitación de Ricardito… toc, toc, toc,…
-¿Ricardito, estás dormido?
-No, no, papá, puedes pasar…
-Hijo, perdona que te haya hablado de esa manera… es que venía un poco agobiado del trabajo y… bueno… que me perdones… y he estado pensando mejor y, si lo necesitas, toma, los  diez euros…
-Gracias, papá…
Ricardito sacó de debajo de la almohada una cajita, que tenía con dinero y empezó a contar… ¡Uyuyuyuy, al papá se le volvió a poner cara de tabla…!
-¿Pero, si tienes dinero, por qué pides más?
-Es que no tenía suficiente, papá… ahora, sí, toma…
-¿Para mi?
-Si, papá, es que te quiero comprar una hora, para que mañana puedas venir más temprano y puedas cenar conmigo, que es lo que más me gusta… he estado ahorrando todo esto, con lo que me das todas las semanas y los diez que me acabas de prestar, te los devolveré, en cuanto los junte… ¿crees que podrás venir mañana a cenar conmigo, papá?... o un día que puedas…
De pronto, el papá se vino abajo… empezó a llorar y se abrazó a Ricardito…
-Perdóname, hijo mío, no sé cómo puedo llegar a ser tan injusto contigo…
-No te preocupes, papá, no es culpa tuya, es el trabajo… por eso, quiero que pases más rato conmigo… porque conmigo te ríes y jugamos y se te pasan los malos rollos que te enganchan en el trabajo…
-¡Gracias, mi amor, eres lo más valioso que tengo en este mundo! (llorando)
Bueno… ¡y colorín coloreña, este cuanto, algo te enseña!
¿Os ha gustado? ¡Pues aplaudidme mucho y gritadme: ¡guapo!
Os amo a todos y a todas, adiós. 

FIN


La Maravillosa Princesa




     Había una vez, en un reino muy lejano, una preciosa princesa, increíblemente hermosa, famosa en todo el reino por su belleza.
     Una noche, en la que se hallaba en los jardines de palacio disfrutando de uno de los suntuosos bailes que organizaba el rey para que pudiera elegir entre los apuestos galanes de todo el mundo, que la pretendían por su belleza, apareció de la oscuridad un monstruoso dragón, que escupía llamas infernales por sus narices. Todos los presentes salieron espantados, huyendo de la fiera, pero el dragón solo tenía un objetivo, venía a por la princesa, voló hacia ella la prendió con sus garras y se la llevó.
     Al verla volar, prisionera del dragón, la reina, desesperada, le gritó: ¡No temas, bella princesa, pronto aparecerá un apuesto príncipe azul, montado en su poderoso corcel, él matará a ese monstruoso demonio, te salvará y se casará contigo! ¡Ten fe!
     Prisionera de las garras del dragón, la hermosa princesa parecía no estar muy asustada… las palabras de su madre no paraban de retumbar en su mente. El dragón voló y voló hasta un lugar muy lejano, es decir, por aquí cerca tuvo que ser, porque, si ella vivía en un reino muy lejano y el dragón se la llevó volando a un lugar muy lejano… la tierra es redonda ¿no?...

     Cuando el dragón aterrizó y la depositó en el suelo, la princesa empezó a gritar como loca: ¡Un príncipe azul, no! ¡Un príncipe azul, no! ¡Los príncipes azules destiñen todos! ¡A mí no me salva nadie! ¡Nadie!
     El dragón no entendía nada, intentaba tranquilizarla, pero la ponía aún más rabiosa.
     ¿Tú eres idiota o qué? ¿Vas a dejar que te maten por mi?, le gritaba la bella princesa al dragón, ¡Anda, lárgate de aquí, si no quieres perder la vida! ¡Que, antes de dejar que un príncipe azul te mate para salvarme, te mato yo misma, fantoche! ¡Que no quiero casarme, ni contigo ni con ningún príncipe azul ni rojo ni amarillo! ¡Vete… vete…!
     El dragón se quedó bloqueado, le salía humo por las orejas y empezó a notar que se estaba quemando por dentro… miró a la bella princesa, que lo miraba desafiante le gritó, medio asfixiado: ¡Brrrrruuuuuuuuujaaaaaaaaa! y salió volando.
     Y así fue, como la bella princesa se salvó sola a sí misma. Ni príncipes ni corceles ni na…
     Y esto que acabáis de oír, no es un cuento, es la verdad. Me lo ha contado ella misma, la bella princesa, sí, que vive aquí, al lado, en El Raval y bueno, ya no es princesa, aunque sigue siendo guapísima, eh, pero, después del episodio del dragón y los ánimos que le dio la reina, se ha hecho punki y anarquista y vive tope feliz, donde quiere, como quiere y con quien quiere.

     Es mi amiga. Guapa, inteligente, divertida, sensible y consecuente. Otro día os la presento.

     Y yatá.


FIN


Peluquer@ Libertari@ en Prácticas (2018)







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